De vez en cuando

De vez en cuando es necesario pelearse con lo escrito.
Eso lo sabe bien el relato del banco número 4 de la Casa de Corrección de Realismos. Lo saben su oficio, su alma magullada y sus hojas arrugadas.
A él lo trajeron por reincidencia: sustantivos demasiado humanos, verbos con hambre, y un adjetivo que —según el informe— huele a barrio, a mate amargo, a vino en tetra y a palabrota.
Lo acusaron de insubordinación gramatical. De conjugar la miseria en primera persona.
De dejar salir a la palabra desnuda, como si no supiera que todo dolor debe venir maquillado con un giro estético o, al menos, una metáfora refinada.
Se defendió como pudo.
—Yo no embellezco. Digo.
Pero no quieren verdades que no usen perfume. Ni sujetos que se desangren sin sinónimos.
El protocolo era claro:
"Los textos deben ser edificantes, optimistas y preferentemente impersonales. Se autoriza el uso de dolor únicamente si es autorizado por los celadores de formas."
Él rompía todas esas reglas.
Ponía hambre sin redención.
Metía a una madre lavando la ropa ajena, al pibe de la esquina cantando una cumbia y a un anciano contando monedas.
Una vez usó la palabra "desposeído" sin comillas.
Otra, peor aún, hizo llorar a un inspector de estilo.
Por eso lo ficharon.
Ahora desarma los adjetivos y conjuga los sustantivos, construyendo palabras para personas sensibles.