El Restaurador

Nicolas no era un profeta, ni un técnico en alegorías y mucho menos un experto en cronologías. Ejercía una profesión en la que nadie creía demasiado, pero él la llevaba adelante con gran obstinación.
Tenía su taller en una calle sin bocacalles. Era de mano única y cruzar a la vereda de enfrente se había convertido para él en una utopía. En el interior del local guardaba todo tipo de posibilidades dañadas.
De tanto en tanto, algún vecino llegaba a su taller empujado por la angustia. Él lo recibía, y se quedaba un largo rato revisando el objeto de su aflicción en silencio, mesándose la barba. Después le decía:
—Está muy dañado, se ve que lleva mucho tiempo apagado. No va a ser tarea fácil restaurarlo. Voy a intentar devolverle el sentido, pero es una tarea difícil. Volvé la semana que viene y te digo cómo va la cosa.
Lo más curioso es que ninguno de los clientes que le hubieran dejado el objeto de su preocupación regresaba. Parecía más bien que, en lugar de buscar la reparación, lo que realmente querían era sacarse de encima eso que los cargaba de culpa.
Nicolas tenía en el taller preocupaciones de muchísimos vecinos del pueblo. A la mayoría de ellos los veía pasar por la vereda de enfrente. Salía a la puerta de su local y los llamaba, quería contarles cómo iba el avance de la restauración. Pero ninguno le contestaba y aceleraban el paso.
Con el correr del tiempo fue perdiendo la paciencia, y cada vez que veía pasar alguno de sus singulares clientes, salía a la puerta y ya no los llamaba: les exigía a gritos que cruzaran y lo escucharan ya que tenía algo muy importante que decirles. Como siempre, ninguno atendía su demanda y se apuraban aún más por alejarse.
Una mañana, después de haber pasado la noche en vela, cuando vio pasar a una de las primeras personas que lo había visitado. Empujado por la desesperación, logró cruzar a la vereda de enfrente y lo agarró del brazo. Esa persona empezó a gritar y a pedir auxilio. Se sumaron otras que también habían estado en el local de Nicolas. Alguien llamó al Comando de Atención de Situaciones Absurdas. Rápidamente llegó una patrulla para arrestarlo. Fue tal la resistencia opuesta por Nicolas que se vieron obligados a ponerle un chaleco de fuerza. Luego lo llevaron al Cuartel Central y lo alojaron en una celda.
Durante muchos días lo estuvieron interrogando sin resultado alguno. Llamaron entonces a una experimentada funcionaria del área de Generación de Confianza. Ella entró a la celda, se sentó a su lado y sonriendo le ofreció un caramelo. Luego de una breve conversación él hizo su primera y única declaración.
—Nadie entendió nunca mi verdadero oficio, soy un Restaurador de Futuros. Y lo ejerzo procurando devolverle el sentido a los anhelos que la gente abandonó, porque mantener vivos los sueños alarga la vida.