Empecinamiento

"Probablemente, a cierta altura de la vida, el empecinamiento es la mayor virtud."
Eso fue lo que se dijo Estanislao antes de salir desabrigado, en pleno invierno, para caminar por la Avenida de la Costa Fría rumbo al edificio de Trámites de Anhelos Pendientes.
Le habían enviado una notificación que decía:
"Usted figura en etapa no activa. Preséntese para que verifiquemos su estado."
Así que agarró su libreta de rebeldías, un carnet con una foto borrosa, un ticket de tren sin fecha, un mapa sin puntos cardinales y empezó a andar.
Al llegar, lo hicieron esperar en la Sala de Incoherencias, junto a otros sujetos que habían sido señalados por "persistencia emocional injustificada."
No lo sorprendió. A esa altura, insistir en seguir siendo uno mismo ya era visto como un acto de insubordinación afectiva.
Cuando por fin lo llamaron, un funcionario con rostro de archivo incompleto, que estaba sentado en un escritorio sobre el que lo único que había era un florero de vidrio transparente y de boca ancha con un ramo de gladiolos, lo observó en silencio.
Estanislao sacó las cosas que había guardado y las colocó al lado del florero. Después, pidió permiso para decir algo. A desgano, el individuo aceptó su pedido. Entonces él se paró y recitó un poema de Girondo.
El funcionario, sentado en su sillón, lo escuchó impávido y notó que él había dejado de hablar apenas volvió a sentarse. Revisó sus papeles con desgano, como si con solo hojearlos pudiese llegar a alguna conclusión. Los dejo en donde los había agarrado, acomodó los gladiolos y le dijo:
—Según el protocolo, usted, de acuerdo con el artículo 8 bis del reglamento de desaliento afectivo debería haber cesado toda expectativa hace al menos tres calendarios —dijo, sin levantar la vista—. Sin embargo, consta aquí que aún conserva esperanzas activas, sueños rumiantes e incluso… afectos en curso.
Estanislao miró a los ojos al sujeto durante un momento y luego asintió con tranquilidad diciendo:
—Y sí, no me di por notificado.