Flores

15.06.2025

Rubén camina junto a muchas personas por el Bulevar del Extremo Silencio. Por esa vía se ingresa a la plaza central de su pueblo. Todos caminan sin decir palabra, sabe que si lo hacen serán penados por las autoridades de control.

Desde la creación del Protocolo de Eliminación del Derroche Verbal, cualquier exceso expresivo es considerado una degeneración existencial que atenta contra las políticas que lleva adelante el Régimen.

Él va pensando en los tiempos felices de su infancia, cuando todavía no habían llegado al poder los Fundamentalistas del Ahorro de Emociones. Se acuerda de que sus padres le pusieron ese nombre porque amaban la poesía, y en particular la de un poeta que se llamaba así. Le duele ahora, de acuerdo con el nuevo código de identificación, ser el ciudadano C-314.

Combate el mutismo al que están condenados con el recuerdo de las voces de su madre y su padre diciéndole cuanto lo querían o leyéndole poemas y cuentos. También vienen a su mente las risas infantiles cuando jugaba con sus amigos en la vereda. Y la vez que le dijo te quiero a una chica. Esos fueron y serán los tiempos más felices.

Poco antes de que se instalara el Régimen, a sabiendas de lo que significaría su llegada al poder su padre le dijo: "Ahorrar palabras que transmiten afecto es una mezquina economía, y si alguien obliga a la sociedad a que lo haga será una traición al pueblo."

Su cavilación es interrumpida por las sirenas de alarma que se activan cuando un ciudadano viola la norma. En este caso el ciudadano C-437 quiso decirle a su hermana que la quería. El sistema envió una alerta general: "Se detectó tentativa de gasto afectivo innecesario. Debe ser interrumpido de inmediato."

Rubén estaba harto del Régimen y del Protocolo. En ese momento tuvo un súbito golpe de rebeldía y se puso a recitarle un poema revolucionario a unos niños que caminaban a su lado.

A los pocos minutos fue aprehendido por la Brigada de Asuntos Urgentes, quienes lo llevaron a Oficina de Auditoría del Sentido. Allí estuvo detenido por setenta y dos horas en proceso de averiguación de antecedentes de afectividad desbocada.

Por tratarse de su primer exceso lo pusieron en libertad paradojal. Si violaba nuevamente la norma sería condenado a doce años de destierro en el Páramo del Olvido.

Cuando salió se detuvo frente a un árbol frondoso, miró a su alrededor con detenimiento, luego apoyó la mano en el tronco y mirando a la copa le dijo "te quiero". Cerró los ojos esperando el sonido de las sirenas, pero nada pasó. Repitió esas palabras y lo mismo. El árbol dejó caer una flor, como si fuera un gesto de agradecimiento.

Rubén continuó la marcha y se detuvo para hacer lo mismo con otros árboles. El resultado fue idéntico.

En conversaciones cuidadosamente desprovistas de afecto, como exige el Protocolo, le contó su experiencia a otras personas. Estas hicieron lo mismo y se armó una cadena de transmisión de lo sucedido.

A partir de ese día se ve a miles de habitantes de ese pueblo deteniéndose frente a un árbol para tocar su tronco y murmurar algo. Inmediatamente cae una flor. Las calles se van llenado de flores que no marchitan,

Las autoridades de control revisan permanentemente los detectores de expresiones afectivas porque hace meses que ninguno se ha activado, no se ha detectado ni siquiera un susurro.

El Supremo Insensible llamó a una reunión urgente de Ministros. Teme que se esté organizando algo que no puedan controlar.

Mientras tanto… las veredas estallan de flores que no se marchitan y las copas de los árboles lucen cada vez más verdes y frondosas.