Gregorio y el árbol

11.06.2025

Después de atravesar el Cañadón de Jano, Gregorio está en el Mirador de los Vientos. Al llegar se encontró con un árbol que nunca antes había visto. Es muy frondoso y lo invitó a disfrutar de la sombra que proyecta. Aceptando su hospitalidad se sentó y comenzó a dialogar consigo mismo… o tal vez lo hacía con aquel amigo imaginario de su niñez.

Una pregunta insidiosa repiqueteaba en su cabeza hace tiempo, y lo mortificaba. Se planteaba fuertes dudas en cuanto a cuál era en realidad su oficio. Había andado muchos caminos y ejercido varios, pero siempre lo acompaño uno al que dio en llamar Artesano de Ilusiones. Con las esquirlas de sus sueños rotos crea collares de esperanza y los entrega a quienes la han perdido.

Unas horas atrás estuvo en la Oficina de Habilitación de Artes y Oficios. Cuando le preguntaron por última vez a qué se dedicaba, dudó unos segundos antes de responder. No porque no lo supiera, sino porque ya no estaba seguro de si eso que hacía existía en el registro oficial de oficios permitidos. Enseguida dijo:

—Soy artesano de ilusiones.

El funcionario entrecerró los ojos y tecleó algo en su dispositivo. Después de mirar un rato la pantalla le dijo con voz seca:

—No figura.

—Claro —dijo él—, porque no es un oficio que se enseña. Es uno que se hereda de las heridas.

El sujeto lo miró con indiferencia y luego llamó al siguiente.

Gregorio salió de la oficina cargado de dudas que lo acompañaron hasta este Mirador. Estuvo un largo rato meditando y conversando al aire, parecía que hablaba con el árbol o con alguna criatura que estaba en una de sus ramas.

Como si respondiera a una pregunta dicha en silencio, murmuró:

—Llevar a cabo este oficio a veces duele, a veces salva. Por momentos agobia y en otros ayuda. Siento que me conduce a la soledad de un universo.

Después de mirar durante unos minutos hacia alguna de las ramas del árbol bajó la cabeza y habló otra vez:

—Es cierto, tal vez deba empecinarme en escucharme con más paciencia. Pensar que no estoy solo en ese universo y el hecho de ejercer este oficio me permita ayudar a que otras personas vuelvan a encender la esperanza.

Desde ese día, se sienta bajo el árbol todas las tardes y comparte con quienes se detienen a su lado el resultado de su arte.

Cada tanto mira hacia alguna de las ramas del árbol y murmura algo, como si dialogara consigo mismo… o tal vez con aquel amigo imaginario de su niñez.