Jueves sin permiso

Disfrutando de la Jornada de Esparcimiento Equidistante que cada jueves los Regentes de la Comarca les permitían a los jóvenes, Dante, vestido para la ocasión, estaba sentado a una mesa en el Mesón de los Espacios, uno de los lugares habilitados para esa celebración. En la mesa de al lado, con su mejor vestido, estaba Beatriz. Ambos dejaban traslucir una actitud rayana en la excitación.
Todo discurría por el derrotero habitual. Con prolijos y protocolares movimientos los dos comían y bebían en perfecta coordinación y a la distancia exacta. Luego de los postres, cumpliendo con el ritual que la Jornada habilitaba, el mozo les sirvió una copa del licor del Regocijo Armónico.
Poniéndole al momento el gesto que el protocolo habilitaba, Dante levantó la copa para brindar al aire, en sincronicidad con Beatriz. Ahí, precisamente ahí, a él le pasó algo muy raro que lo obligó a mirarla a ella a los ojos. Imbuida del mismo estímulo ella le devolvió la mirada. En ese intercambio el sintió que estaba ocurriendo algo muy profundo. La sensación que luego encontró para describir eso que pasó fue la que produce el vértigo. Los ojos de ella le provocaban una mezcla de miedo, excitación y atracción gravitatoria.
Al detectar lo que estaba pasando, se activaron las alarmas y en la sala empezaron a sonar las sirenas. Los Guardianes de la distancia acudieron al lugar y se los llevaron a ambos a dos centros de detención que estaban a una distancia equidistante del Mesón.
Desde la promulgación del Decreto 43-B sobre Equidistancia Afectiva, todo acercamiento emocional debía ser simétrico, medible y recíproco en partes iguales. Amar demasiado se consideraba una forma de acoso. La ternura espontánea, un desequilibrio afectivo grave.
Dante, aunque confesó que el acercamiento afectivo se le había escapado sin querer, fue condenado a treinta y seis jueves sin permiso para participar de la Jornada de Esparcimiento.
Beatriz, acusada de haber sido la provocadora del momento, abusando de la belleza de sus ojos sufrió una condena de cuarenta y ocho jueves sin salidas. Y cuando las cumpliera jamás podrían coincidir en el mismo salón. Si lo hacían la condena seria a prohibición perpetua.
El Regente Mayor impartió a todos sus auxiliares la orden de que aumentaran al máximo la vigilancia. No debían permitir que esto se repitiera.