Mi almohada

19.06.2025

Cuando me acuesto, mi almohada, que conoce mis desvelos, me recibe hospitalaria.

Tiene el color exacto de los pensamientos que no se dicen en voz alta.

Cada vez que apoyo la cabeza, muestra un leve temblor, como si se preparara para compartir mi descanso.

A veces susurra. No con palabras, sino con pliegues.

Una noche me preguntó —o eso entendí— por qué seguía hablando en sueños.

Le respondí que algunas veces converso con mis ilusiones, o que en otras ocasiones me hablan las ausencias que se dibujan en el techo de la pieza. Y que, de tanto en tanto, sueño con serpientes.

No me contestó.

Desde entonces, cuando no puedo dormir, le ofrezco mis pensamientos rotos, uno por uno.

Ella los acomoda como puede. Algunos los esconde debajo de la funda. Otros los transforma en pesadillas redimidas.

Una vez, al despertar, vi que estaba en el suelo.

No la había tirado yo, la arrastró un recuerdo que se escapó durante la noche y quiso volver.