Plazoleta 22

09.06.2025

Se los podía reconocer por el cuidado con que caminaban. No eran muchos, pero los unía una misma misión: preservar los momentos sensibles.

Para eso, cada uno de ellos tenía una tarea específica que llevaba adelante con mucho amor y extremando las precauciones para no ser descubiertos. Eran tiempos muy peligrosos.

Matilde llevaba a cabo una tarea fundamental: caminaba por la ciudad recorriendo los lugares que guardaban remembranzas y que habían sido derrumbados. Cada vez que llegaba a uno regaba la vereda con movimientos lentos, sin mirar directamente al suelo, y jamás —bajo ninguna circunstancia— nombraba qué estaba regando.

En una ocasión casi comete la torpeza de decirlo. Fue aquella vez que en la plazoleta 22 sintió que el aire olía a infancia recién cortada. Por suerte se contuvo.

Repetía el recorrido con una programada frecuencia. Cada vez que llegaba, los nuevos ocupantes decían: Ahí viene la chiflada de la regadera.

Lo que no sabían es que lo que ella hacía era regar la evocación de lo que en cada lugar había existido. Porque, en épocas como la que estaban viviendo, ciertos recuerdos son plantas que hay que regar en silencio, para que un día florezcan poblando el aire con su aroma.