Probablemente

Me gustan los viejos cafés. Están cargados de historias. Suelo ir a ellos con la esperanza de encontrar alguna y convertirla en palabra escrita.
Hace un tiempo, en un bar de Mataderos, vi a un hombre sentado a una mesa junto a la ventana. Estaba escribiendo en un cuaderno; mientras lo hacía, tomaba un vaso de vino tinto. Bebía lentamente, como si en cada trago estuviera buscando alguna respuesta.
En un momento dado dejó de escribir y perdió la vista en la avenida. Después, agarró el vaso, brindó al aire y bebió el último sorbo. Acto seguido, cortó la hoja del cuaderno y la puso debajo del vaso; enseguida se levantó y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir a la calle, dio vuelta la cabeza y miró hacia la mesa, como asegurándose de que la hoja quedaba allí.
Mi habitual curiosidad me impulsó a acercarme y agarrarla para leerla, pero una pareja se sentó y frustró mi intento. El mozo que vino a atenderlos hizo un bollo con la hoja y la metió en el vaso.
Para no salir del territorio al que ese parroquiano me había llevado, escribí rápidamente lo que su actitud me había sugerido y lo leí en voz baja:
"Probablemente, Lavinia, desde ese lugar en que estás, donde seguramente todo se escucha, vos ya debés haber oído aquello que nunca te dije y que ahora intento contarle escribiendo poemas.
Podría decirte que no te lo conté porque no me animé, o porque no supe cómo hacerlo, pero lo cierto es que, tan ocupado como andaba yo en aquellos años por aprender a escuchar mi voz interior, no le puse atención a la tuya. Y mucho menos a lo que vos intentabas contarme con tus gestos y tu mirada.
La cuestión es que ahora, la única forma que tengo de hablar con vos mirándote a los ojos es cerrando los míos, y quedándome, por un instante, abrazado a la magia de imaginar que vos me saludás con tu gesto habitual: ese que hacías llevándote las manos al corazón.
A pesar del tiempo transcurrido, yo sigo intentando nombrarte en mis versos, y cada tanto me llego hasta este café al que solíamos venir, para dejar un poema sobre una mesa, imaginando que vos puedas llegarte hasta acá para leerlo. Probablemente."
Cuando terminé de leerla, me quedé un rato pensando mientras bebía la lágrima que había pedido. Después, arranqué la hoja de mi cuaderno, la dejé sobre la mesa y me marché.