Un reloj especial

07.06.2025

Hubo un tiempo en el cual mi reloj marcaba insomnios. No medía minutos y horas, sino sentimientos y emociones. Al compás de su segundero escribí un libro. Una vez terminado lo guardé en mi biblioteca, esa guardiana de momentos sensibles.

Con el correr del tiempo sus hojas se borraron. Me puse a pensar qué podría haber sucedido. Lo escrito se había borrado no por el paso del tiempo, sino por falta de acontecimiento. Narraba la historia de un personaje que escribía la historia de una historia que no había sucedido a pesar de que cada día él la revivía soñando que la vivía. No se daba cuenta de que las palabras necesitan hechos para sostenerse, como el sostén que las ramas dan a los pájaros. Pero él insistía.

Aunque nadie la leyó, el personaje sigue soñando que sucede, que la está viviendo y se apura en escribirla para no olvidar lo sucedido al momento de intentar escribirla. Cada tanto, al pasar frente a la biblioteca abro el libro.

Las hojas marchitas siguen ahí, como si esperaran que algo mágico ocurra y las vuelvan a escribir, que es lo mismo que rescatarlas.

El título, en la tapa, se ha ido borrando. En su lugar, quedó una mancha en forma de signos de interrogación. La última vez que lo agarré intenté leer lo que sus páginas decían, pero nada, seguían mudas. La última página se desprendió sola y cayó al piso con el apagado sonido de una rendición.

Entonces comprendí que el libro no estaba hecho para ser leído, sino para ser recordado. Desde ese momento, el reloj dejó de marcar insomnios.

Ahora marca recuerdos.